Por el doctor Leandro Tapia Barredo, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), Investigador Junior en el Instituto de Medicina Tropical & Salud Global UNIBE.
La ciudad de Santo Domingo, tiene sus raíces dentro del río Ozama. El mismo proveía una puerta al comercio internacional, sirviendo como punto de referencia de la economía colonial en la región. Lo que en antaño fue valorado por su capacidad de mantenernos competitivos en el comercio y la protección que proveía a la ciudad, hoy en día este tiene más capacidad de enfermar que de proteger.
Durante el año 2019, en República Dominicana, especialmente en el Distrito Nacional y el Gran Santo Domingo, las autoridades de salud enfocaron sus esfuerzos en combatir las enfermedades transmitidas por mosquitos como Dengue y Malaria, dado el incremento de número de casos. Asimismo, se enfocaron en combatir la Leptospira por un aumento marcado en la mortalidad con respecto a años anteriores. Estas enfermedades, causadas cada una por un patógeno diferente, tienen una distribución geográfica similar en la ciudad de Santo Domingo, encontrándose en las cercanías del Ozama.
Estas tres entidades tienen un componente importante en su transmisión, su relación biológica con el agua, en especial, el mal manejo del agua. El elemento agua constituye el medio de reproducción del vector que transmite tanto al Dengue como a la Malaria. En tal sentido, la eliminación de los criaderos (en agua posadas) es la medida más importante para la prevención de estas enfermedades.
De igual manera, la transmisión del agente causal de la leptospirosis se requiere la exposición a aguas contaminadas por orina de roedores, esto es común en desagües comunitarios y en depósitos residuales. El caldo de cultivo del crecimiento de estos patógenos lo suministran, el pobre control sanitario de las aguas vertidas de forma directa al río por miles de casas que vierten sus residuos sin un sistema de cañerías ni tratamiento, la dificultad de acceso de los sistemas de recolección de basura, y por supuesto la falta de compromiso y educación de los pobladores de estas comunidades sobre el impacto en su medio ambiente.
Todo esto ha creado un ambiente óptimo para que estas enfermedades se salgan del control de las autoridades de salud. La prevención de futuros brotes o el control de los actuales amerita comprender cómo afectamos nuestro ecosistema, en los pocos kilómetros de biosfera que ocupamos los ríos han sido y seguirán siendo nuestras fuentes primarias de bienestar pero también si no los tratamos de forma adecuada pueden ser nuestra guillotina. Las implicaciones económicas del tratamiento del Ozama deben convertirse en una prioridad de la alcaldía de la ciudad pero también del gobierno central, aunando esfuerzos conjuntos sin importar la bandería política. Cuidar el Río Ozama es cuidar la salud de Santo Domingo.
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