Doctor José A. Silié Ruiz, FRSH
Neurólogo
En uno de nuestros viajes a la Argentina, hace ya unos años, caminando por la calle “Corrientes” y disfrutando de sus librerías, conocí la obra de Osho, quien fue uno de los místicos más reconocidos y provocadores del siglo XX, definido por el Sunday Time de Londres, como “uno de los mil hacedores del siglo XX”. En la oportunidad, dos de sus obras fueron apreciadas por nosotros y aunque no compartimos todas sus creencias, nos ha sido de gran ayuda en entendernos a nosotros mismos y por ende a los demás.
Su última obra, “Inteligencia”, la respuesta creativa al ahora, es la razón de este artículo, por lo que habré de citarlo. En el prólogo señala este contestatario filósofo: “primero, ten claro que intelectualidad no es inteligencia. Ser intelectual es ser falso; es simular inteligencia. No es real porque no es algo tuyo, es algo prestado”.
La inteligencia, dice Osho, “es el crecimiento de la conciencia interna. No tiene nada que ver con los conocimientos, tiene que ver con ser meditativo. Una persona inteligente no actúa según sus experiencias pasadas, actúa siempre impredecible; nunca se puede estar seguro de lo que se va a hacer.” En este y en otros puntos no coincidimos con el ilustrado filósofo hindú. Pero que bueno, no es en vano que la travesía hacia las canas da cierta sabiduría, que nos permite estar o no de acuerdo con el juicio de los sabios, al parecer con el paso de los años, uno se inscribe en el conjunto de los incrédulos.
Hace un tiempo, fuimos invitados por la Universidad Latinoamérica a dictar una charla sobre las inteligencias, refiriéndonos en la oportunidad a la neuroplasticidad, pues se ha demostrado que las neuronas por el estímulo del aprendizaje, el esfuerzo y las demandas del medio, se reorganizan y permanecen activas por el amaestramiento. En la ocasión dilectamos ampliamente sobre las reacciones humanas, la inteligencia y el aprendizaje y coincidíamos que si, que el hombre era un producto de la evolución, la genética y el aprendizaje.
En lo que no coincidimos con el sabio autor Osho, es en el hecho de que el hombre no puede desligarse de su aprendizaje, ni de su genética, pues toda acción humana estará marcada para toda la vida por esa impronta. Todos nacemos con gran inteligencia, unos la cultivan, otros no. Luego de tres años de estudiar el cerebro de Eisnstein se demostró que tenía igual número de células en la capa pensante, que el de un cerebro normal, las que sí estaban en gran aumento eran las células que nutrían a las de la sustancia gris, es decir su superioridad estaba en el uso, no en la cantidad.
Mi nietecita de 9 meses, no puede realizar una labor matemática, pero ya empieza hablar a decir los “pa y ma”, propios del inicio del lenguaje, y la procesadora más compleja aún con los avances de la nanotecnología no puede hacerlo. Sencillamente porque al cerebro no solo puede comprender la estructura del lenguaje, sino porque puede combinar las emociones con la lengua y el pensamiento, todo esto tomó más de 30 mil años. Lo que nos da una idea de la complejidad del cerebro humano, cuando esta función superior como lo es el lenguaje oral no ha podido ser replicado aun por las más sofisticadas computadoras, que solo entiende algoritmos matemáticos, en la llamada inteligencia artificial.
En lo que sí coincidimos con el brillante pensador, es en que “la inteligencia es simplemente apertura del ser: la capacidad de ver sin prejuicios, la capacidad de escuchar sin interferencias, la capacidad de estar con las cosas sin ninguna idea preconcebida sobre ellas; eso es inteligencia. La inteligencia es apertura del ser. Volverse rígido, congelado es volverse idiota; permanecer líquido es permanecer inteligente. La inteligencia está siempre fluyendo como un río; la falta de inteligencia es como un cubito de hielo, congelado. La inteligencia es inconsistente, fluye. No tiene definición, va moviéndose según las situaciones. Es responsable, pero no consistente.”
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