Las conclusiones de un estudio multiinstitucional realizado en mujeres revela que los trastornos de la alimentación en mujeres se asocian con déficits en funciones neuropsicológicas, concretamente, en funciones ejecutivas.
Se trata del estudio “Executive dysfunction in eating disorders: Relationship with clinical features”, donde participa el Hospital Clínico San Carlos de Madrid y la Universidad Complutense de Madrid (UCM), junto con otros hospitales y universidades, así como del CIBERSAM (Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental).
Las funciones ejecutivas son aquellas que se encargan de ayudar a controlar la conducta, las emociones, y la adaptación a entornos cambiantes. La anticipación, la organización o la toma de decisiones son algunas de ellas.
Entre las destrezas neuropsicológicas que más afectadas se han visto, la investigación apunta hacia la capacidad para adaptarse al cambio de tareas, la inhibición de estímulos distractores y la velocidad de procesamiento.
El estudio, basado en una muestra hospitalaria de 75 mujeres que sufren trastornos de la alimentación y 37 mujeres sanas, compara y analiza entre ambos grupos los distintos aspectos de la psicopatología (ansiedad, depresión, impulsividad) a través de una serie de cuestionarios, y llevando a cabo distintas pruebas neuropsicológicas.
“En términos generales, los trastornos de la conducta alimentaria suelen afectar más a mujeres y su aparición suele darse durante la adolescencia o la edad adulta temprana, aunque también pueden prevalecer en la edad adulta”, declara Andrés Pemau, investigador del Departamento de Personalidad, Evaluación y Psicología Clínica de la UCM.
Según el estudio, las personas que sufren este tipo de conductas presentan alteraciones en los distintos sistemas corporales: endocrino, cardiovascular, gastrointestinal, inmune, cognitivo, junto a disfunciones emocionales.
Así, los efectos derivados de estos trastornos y otras afecciones mentales, como la ansiedad o depresión, podrían estar presentes en el 70% de los casos. Además, estas conductas están asociadas con un riesgo de mortalidad significativamente mayor.
Por otro lado, el grupo de pacientes se dividió según su perfil de control de peso, es decir, si restringían la ingesta o purgaban tras las comidas, sin atender al diagnóstico.
Los resultados del informe concluyen que lo que más condiciona el correcto desarrollo de estas funciones no es el tipo de trastorno en sí, sino la gravedad de la sintomatología que presenten los pacientes.
“Distintos estudios indican que hay un incremento de trastornos alimentarios en la última década aproximadamente, y estudios de otros equipos señalan que durante el covid y después de él, ha habido un aumento y empeoramiento de algunos síntomas”, concluye el experto.
Fuente: EFESalud
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