El estrés es otro conocido factor de riesgo para desarrollar alzhéimer y que parece afectar más a las mujeres que a los hombres.
Un estudio reciente con modelos animales de esta enfermedad ha demostrado que el cerebro de las hembras es más vulnerable al impacto del estrés que el de los machos, debido al parecer a un mayor aumento en la acumulación de la proteína beta-amiloide.
La incorporación de la mujer al mundo laboral, junto con las tareas del hogar, cuidados y los problemas de conciliación familiar, hacen que, en general, ellas acusen más estrés que los hombres. Y eso implica que estrategias sociales encaminadas a la eliminación de las diferencias de género podrían ser muy positivas para reducir el riesgo de EA entre las mujeres. Hacia los 150 millones de pacientes El alzhéimer es una de las principales pandemias del siglo XXI.
Se prevé que haya alrededor de 150 millones de pacientes con esta enfermedad neurodegenerativa para el 2050. En España hoy son más de 800 000 personas las que sufren este tipo de demencia, y se estima que esta cifra se elevará por encima de los 1,2 millones en las próximas décadas. Desafortunadamente, de momento no existe cura ni tratamiento realmente efectivo contra esta enfermedad neurodegenerativa.
Es posible que el haber pasado por alto las diferencias debidas al sexo y al género haya contribuido de algún modo a este retraso. Precisamente por este motivo surgió Women’s Brain Project (WBP), una organización sin ánimo de lucro internacional con base en Suiza, integrada por expertas en distintas disciplinas científicas.
WBP nació desde esta necesidad de analizar cuáles son las diferencias que dependen del sexo y el género en la salud y enfermedades mentales, para poder aplicar este conocimiento en aras de una medicina de precisión.
Lo que cada vez está más claro es que el sexo es una variable de peso a la que, desafortunadamente, todavía no se le ha concedido la merecida relevancia, a pesar de dividir a la población mundial en dos subgrupos fisiológicamente bien diferenciados. Este punto podría explicar, al menos en parte, el fracaso a la hora de trasladar los datos preclínicos a los ensayos clínicos, no solo para el alzhéimer, sino también para otras enfermedades.
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