Por el doctor doctor Pedro Ramírez Slaibe*
La salud es tanto un derecho humano fundamental como un espacio donde confluyen fuerzas económicas, sociales y políticas. En las últimas décadas, los sistemas de salud han oscilado entre dos enfoques opuestos: el mercado de la salud, que prioriza la oferta, la demanda y la rentabilidad, y la economía del cuidado, que pone el bienestar humano y la solidaridad en el centro. La pandemia de COVID-19 evidenció las limitaciones de ambos modelos y destacó la urgencia de un sistema que integre la innovación del mercado con los valores del cuidado, creando una estructura resiliente y equitativa.
El mercado de la salud ha generado avances importantes, especialmente en tecnología y medicamentos, pero también ha producido desigualdades significativas. Su lógica prioriza la rentabilidad, lo que a menudo excluye a quienes no pueden pagar y segmenta los servicios. Esta dinámica perpetúa sistemas duales donde el sector privado atiende a quienes tienen mayores recursos, mientras el sector público actúa como red de seguridad para los más vulnerables, pero enfrenta desafíos de financiamiento, burocracia y corrupción.
Por otro lado, la economía del cuidado ofrece un modelo más inclusivo y equitativo, al priorizar la salud como inversión en el capital humano y social. Este enfoque considera a los pacientes no como consumidores, sino como individuos con derechos, y ve al cuidado como una responsabilidad colectiva que va más allá de lo técnico. El Estado, en este modelo, es el principal garante del acceso universal, pero no puede operar de manera aislada. La colaboración regulada con el sector privado, dentro de un marco ético y transparente, es esencial para aprovechar recursos e innovación sin sacrificar la equidad.
Superar la dicotomía entre el mercado y la economía del cuidado requiere un modelo híbrido que combine lo mejor de ambos mundos. Esto implica diseñar un sistema de salud financiado por fondos solidarios que integren recursos públicos y privados, pero con una regulación estricta que limite la mercantilización de servicios esenciales. También es crucial democratizar el acceso a las tecnologías avanzadas y fortalecer la atención primaria como base del sistema. Este enfoque puede garantizar que el cuidado sea accesible para todos, independientemente de su capacidad económica.
Además, reimaginar el sistema de salud significa abordar desafíos globales. La pandemia dejó en claro que las crisis sanitarias, el cambio climático y las migraciones afectan a todos los países, subrayando la necesidad de sistemas coordinados e integrados. Esto incluye fortalecer la vigilancia sanitaria, adaptar la infraestructura a los efectos del cambio climático y priorizar la salud mental como un componente clave del bienestar. La salud debe ser vista no solo como un componente nacional, sino como una pieza esencial en la resiliencia global.
Invertir en un sistema de salud equitativo no solo mejora el bienestar individual, sino que también impulsa el desarrollo económico y social. Los países con sistemas de salud robustos disfrutan de sociedades más cohesionadas y economías más productivas. En este sentido, la economía del cuidado no es solo un enfoque ético, sino una estrategia pragmática para construir un futuro sostenible.
Este momento exige un nuevo pacto social en el que todos los actores—Estado, sector privado y sociedad civil—trabajen juntos para garantizar que la salud sea un derecho y no un privilegio. La clave no está en elegir entre el mercado y la economía del cuidado, sino en integrarlos bajo un marco que combine innovación, equidad y sostenibilidad. Solo así será posible construir un sistema de salud que no refleje nuestras divisiones, sino que encarne nuestra aspiración colectiva de justicia y dignidad para todos.
*Médico
Especialista en Medicina Familiar y en Gestión de Servicios de Salud, postgrado en Evaluación de Tecnologías Sanitarias, Maestría en Alta Dirección Pública, docente, consultor en salud y seguridad social.
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